“No me levanto todas las mañanas pensando que soy campeón del mundo. Intento no recordar. Si no, me costaría dormir”. Lionel Scaloni no es solamente el entrenador del campeón del mundo, el DT que hizo feliz a un país acostumbrado a la infelicidad. El conductor nacido en Pujato, una pequeña localidad de Santa Fe es, sobre todas las cosas y principalmente, un hombre. Un ser humano: le pasan las mismas cosas que le suceden a cualquiera de nosotros.
Ríe, llora, sufre. Tiene miedos. Miedos nuevos, luego de instalarse en la cúspide del mundo. No sabe (no le interesa) si la réplica de la copa del mundo está en el pueblo santafesino o en su casa de Mallorca, allí en donde construyó una vida placentera antes del sismo. La selección, Messi, una Copa América, un Mundial, otra Copa América.
“No estaba bien”, le cuenta a Alejandro Fantino en una charla por streaming. El equipo que lo representa le ganó a Brasil luego de una eternidad en el Maracaná por las eliminatorias y dijo lo que dijo. Que no sabía si seguía, frenaba o volvía a andar en bicicleta, libre de toda libertad, por las sinuosas callecitas de Mallorca.
“Ahora toca parar la pelota, ponerme a pensar. Tengo muchas cosas que pensar en este tiempo. Estos jugadores me han dado un montón y nos han dado a todo el cuerpo técnico. Necesito pensar mucho qué voy a hacer. No es un adiós, pero necesito pensar porque la vara está muy alta y está complicado seguir y seguir ganando. Estos chicos lo ponen difícil. Se lo diré al presidente [“Chiqui” Tapia], a los jugadores después, porque esta selección necesita un entrenador que tenga todas las energías posibles y esté bien”, advirtió, un año atrás, exactamente el 21 de noviembre pasado.
Scaloni, el verdadero ejemplo
No le refregó su victoria a absolutamente nadie
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Más allá del Maracanazo de Nicolás Otamendi, el vacío. Ahora lo cuenta un poco mejor. “Hubo un momento después del Mundial, después del Maracaná que no estaba bien conmigo. No estaba cómodo. Se me venían miedos que antes no tenía”, sostiene. Sin la ayuda de un especialista. Solo la voz de los suyos, los que siempre están. “No fui a hablar con nadie, me hubiese gustado. Pero me lo guardé para mí. Fue esa época, después de Brasil, del Maracaná. Que yo dije que tenía que pensar porque sentía que no estaba al 100%, que no estaba cómodo y necesitaba hacer una reflexión porque había sido muy pesado lo que había pasado y en ese momento lo empecé a asimilar”, acepta.
Scaloni
"Ahora toca parar la pelota, tengo muchas cosas que pensar en este tiempo, estos jugadores me han dado un montón. Necesito saber y pensar qué hacer, no es un adiós pero necesito pensar. Toca pensar, se lo diré al presidente y los jugadores después".
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Nada tuvo que ver, al parecer, ciertos manejos desde la AFA. Ni la relación con los referentes. Ni esa necesidad de crear una nueva reestructuración luego de la cúspide. Siempre fue él. Su lado más íntimo. Su lado humano. “Estuve cerca de irme, no estaba bien. Yo dije lo que sentía, que me tome el tiempo, me dieron su parecer, y era parecido a lo que pensaba. Yo al tiempo dije que todos me iban a acompañar, decidimos seguir y renové las energías que había perdido”, cuenta, en la charla con Neura, un canal de comunicación alternativo, de los que hoy nutren otro tipo de pantallas y oídos.
El éxito profesional de un entrenador que no estaba en la órbita de casi nadie, también le pegó fuerte. Llegó a ser la cara de la alegría de millones de argentinos. Su propio espejo. En la travesía, sufría, lloraba. No podía dormir. Le costaba pensar. “Sentía que no estaba al 100%, no estaba cómodo, necesitaba una reflexión, había sido muy pesado lo que había pasado. Yo lo hablo con mi esposa, lo hablé con Aimar, te ponés a pensar que logramos algo impensado y la gente te pide más. Pararse a pensar… no te ayuda”, expresa como nunca antes. A corazón abierto.
Las imágenes se le suceden, una tras otra. Imposible reflejarse en la cabeza y corazón de un hombre sencillo, que sabe que logró mucho más que César Menotti y Carlos Bilardo… y sin embargo. “Yo no sé distinguirlo, no sabría decirte, porque no fui a hablar con nadie, me hubiera gustado. Y muchos me han dicho que tendría que haber ido a incluso mi esposa, me decían, de hablar con alguien que no… Bueno, me lo guardé para mí”, advierte.
Cuenta que su hijo es fanático de Paulo Dybala, el cordobés que no siempre está en sus listas de buena fe. “Lo imita”, acepta. Ian juega en la Penya Arrabal, un modesto club. Tiene 12 años, es delantero y, según la versión de Elisa Montero, su mujer, no está del todo a gusto con Sergio, el entrenador. Como en toda pareja, se resuelve quién debe hablar con el técnico para que su hijo se sienta pleno, más cómodo. La madre famosa no quiere y el padre aún más famoso, mucho menos. Hasta que…
Cuenta la anécdota. “Mi esposa me dice, ‘vete a hablar con Sergio’ y yo le respondo ‘¿qué le voy a decir? No le puedo decir nada, deja que lo haga jugar’. Ella me dice ‘anda a hablar con Sergio que a Ian no lo veo cómodo. ‘Deja, déjalo tranquilo’. Lo que hice fue decir ‘dice Elisa que no lo ve cómodo, yo la verdad …’. Es incómoda la situación”, lanza una carcajada que relativiza aquellos viejos miedos. Parece un hombre feliz, e que acepta que sus hijos (Noah, el más pequeño), se hicieron de River, a diferencia de las viejas pasiones de su padre.
El que recuerda el ejemplo de su viejo. La enseñanza definitiva del padre “del 25%”: de cómo empezó siendo chofer de un camión, hasta adquirir el 25% de uno de esos vehículos gigantes. Y qué significa, verdaderamente, ser campeón del mundo. “Para mí no conseguimos la gloria. Es verdad que para un argentino es difícil hacerlo entender que saliste campeón del mundo y no conseguiste la gloria, porque para un argentino, el fútbol es más que cualquier otra cosa. Pero, a mi manera de entender, sólo salimos campeones del mundo. Quiero decir que no arreglamos los problemas de la gente”, advierte Scaloni, un tipo común. Uno de los nuestros.