Elena Roger es una especie de camaleón que toma diversas formas artísticas. Sabe cultivar el arte de la caracterización, en un sentido más simbólico que literal. A través de recitales con música de Piazzolla o con canciones de María Elena Walsh; a través de espectáculos que la hicieron famosa: la Evita actualizada al siglo XXI que talló a pedido de Andrew Lloyd Webber, para las tablas del West End, o los trabajos de propia inventiva, como Piaf, y el que repondrá a partir del 2 de noviembre, en el teatro Lola Membrives, Mina… che cosa sei?!? Tendrá funciones de viernes a domingo, con el mismo grupo que la acompañó hace veinte años, cuando estrenó este título (el actor Diego Reinhold, Gaby Goldman a cargo de la dirección musical y Valeria Ambrosio de la dirección general).

Elena posa para las fotos en medio del pasillo de la sala y se queda mirando por un instante el escenario al que subirá en quince días. Quién sabe por dónde anda esa cabeza. Quizás por aquella Mina que fue hace dos décadas y la que será en un par de semanas.

Los cumpleaños, especialmente aquellos de números redondos, muchas veces traen consigo la propensión a revisar un poco el diseño interior de cada persona. “Sí, cumplo años pronto. Y creo que los cambios de década siempre son reflexivos. Se dan las cosas. Hace diez que canté por primera vez con [el grupo] Escalandrum, y el año pasado se cumplieron 20 del estreno de Mina… Terminé una segunda etapa de Piaf con mucha alegría. Cuando uno vuelve con un espectáculo que no hace desde mucho tiempo atrás, se pregunta: ¿Podré?. Me hace bien volver a las fuentes. Recordar quién era cuando comencé mi carrera. Mis sueños. Lo más importante para mí fue haber conocido a Valeria Ambrosio, que formó parte de mi desarrollo artístico. Nos alimentamos en el hecho de crear y autogenerar. Es importante para mí ponernos en el lugar en que queremos estar. A mí me pasó que, cuando venían producciones de afuera, me elegían como protagonista, pero las locales no. Siempre estaban las que tenían más nombre que yo”.

Gaby Goldman, Elena Roger, Diego Reinhold y Valeria Ambrosio, ya listos para recrear Mina... Che cosa sei?!?

-¿Qué pasó con Mina…?

Mina surge por la necesidad de hacerme protagonista. Casi… absoluta, porque está Diego Reinhold, que en ese momento ya tenía un nombre y lo sigue teniendo. Y me vuelve a dar la mano. Él es muy amable en ponerse en ese lugar. Es una generosidad de su parte.

-Todo con la misma gente. ¿Cómo es ahora?

-Nos han pasado 20 años. Tanto Valeria como yo hemos perdido a nuestras madres en los últimos años. Eso nos une y nos congoja. Toda su familia viene de Italia. En mi caso, mis abuelos maternos eran italianos. Con mi abuela conviví hasta que falleció, a los 95. La tanada familiar estaba. Este espectáculo es una manera de contar de dónde vengo. Es todo en italiano. Luego de hacer esto, entre 2003 y 2005, hicimos un musical de La fiaca, que protagonizó Diego [Reinhold]. Después audicioné para Evita y me fui. Reencontrarme es como volver al barrio. Es lindo revisarnos y jugar a que tenemos treinta años. A veces miramos los videos y decimos: “No me soporto joven”. También pienso en cuál era la magia de Mina, y ahora estoy volviendo a disfrutar esa magia.

-¿Quién es Mina, esa señora que desde la década del setenta sigue grabando discos pero desapareció de los escenarios?

-Fatal como canta a pesar de los años. Siempre me pareció una vanguardista total. Encontrar una belleza en algo que no es convencional. No tiene cejas. Es bella igual cuando encontrás esa personalidad tan fuerte y entera. Para mí, también es libertad. En un momento habrá sentido que no era parte de un juego y por eso se deshizo de las presentaciones en vivo y de la prensa. Era muy famosa. Se fue a hacer su vida, para vivir con su arte. Supo elegir muy bien el repertorio. Se juntó con los mejores productores. Todo tiene una dedicación muy hermosa. Todo es arte en ella. Y es como un fantasma o un mito, porque está, existe, por supuesto [tiene 84 años] y no está. El espectáculo comienza con un maniquí alto, grandote, como es ella. Pero no habla de la vida de Mina; es una excusa para cantar su repertorio, que nos gusta mucho. Y jugar a través de las canciones con todas las imágenes que esta mujer tiene de un hombre que es un tonto, que la engaña, que ella ama y mucho más. La gente no entiende las canciones porque son en italiano, pero las entiende igual. Paola Krum una vez me dijo: “No sé qué dice, pero cada vez que te subís a la hamaca y cantas aquella canción, lloro”. Hace poco pensé que podríamos poner subtítulos. Luego me di cuenta de que tenemos que sostener la idea de que la gente pueda conectar con algo que está más allá del entendimiento directo.

-¿Son tiempos para eso?

-Sé que hay gente que puede conectar con eso. Este es un espectáculo de una hora veinte, dinámico, con música que va y viene. Pasan cosas. La verdad que nunca trabajé para complacer a la gente. Pienso en qué es lo que me complace. Porque también me aburriría si canto cinco temas lentos seguidos. Seguramente cuando ahora lo hagamos seguiremos creando y poniendo algún gesto nuevo.

-En general, tu voz vas más allá de las canciones. Hay maneras de colocar la voz que apunta a traer a los personajes. A María Elena Walsh en canciones para grandes y chicos, a Piaf, a Mina.

-A veces siento que estoy transmitiendo un estilo. Canto las canciones para niños de María Elena pensando en cómo yo escuchaba esas canciones. No hay una intensión de copia porque la transito en el decir. No puedo dejar de escucharla en mi cabeza. Me pasó estos días de darme cuenta de que, en algunos momentos de este espectáculo, coloco la voz como Mina, aunque no haga ese personaje. Quizá hubiera sido una buena imitadora de voces, de haberme dedicado a eso.

-Sos una francesa muy convincente y re mala, en tu personaje de la serie de Flow La mente del poder. ¿Qué tal esa experiencia?

-¿Re mala? [se ríe]. Cuando me llegó el guion, me interesó mucho. Y me gustó el personaje. Era un desafío. Dos, en realidad. Un acento francés que no es el común. Está lavado, porque es el de alguien que hace años que vive en Buenos Aires. También fumar, porque yo no fumo. Me creo el personaje, en el momento. Obviamente que no salgo espiando a todo el mundo y siendo la mala… Ponele. Cuando estudiaba actuación, me decían que había que observar la actitud de la gente cuando subimos al colectivo porque esas son cosas que nos quedan. También observamos series o películas incluso por convenciones, para corrernos de eso. Todo puede ser en la ficción. Me divirtió hacer La mente del poder. Y me gustó trabajar con Diego Velázquez, a quien admiro un montón.

-¿Dónde está el poder hoy?

-En la serie hay algo interesante: nunca escuchamos hablar del psicólogo del presidente. De ese rol. No estamos acostumbrados a eso. Por otro lado, veo que el poder está en cosas más chicas. El otro día escuché hablar a una persona sobre las cosas que son espejos nuestros. Entonces, decía que, si seguimos peleándonos en las calles, por qué nos parece extraño que existan las guerras. Es lo que va de lo micro a lo macro. El poder está dentro de uno. Siento que si todo el mundo entendiera esto, pasarían varias cosas. Primero, habría que hacerse cargo de cosas por las que solemos responsabilizar o echar la culpa a los demás. Cosas de las que no nos hacemos cargo. Otro es el poder que tenemos interiormente, cada uno, pero que ponemos en el otro. Y eso es lo que nos quita poder. De lo macro, no me encargo. No está en mi llegada. Mi llegada es mi hogar. Y si logro tener armonía en mi casa, desde todo punto de vista, ahí puedo empezar a ver más allá. Pero si no puedo organizarme, ¿cómo voy a pretender organizar un país? Ese es el universo que elijo en el qué vivir.

-Con todo lo que hay que dejar o postergar. ¿No? Piaf es un espectáculo que estrenaste en Londres. Pero luego no continuaste en ese circuito.

-Allá hice cuatro trabajos. Luego fui a Broadway y después me vine a tener una familia a Buenos Aires. Esa fue mi elección, necesitaba alimentar esa parte de mi ser. De mi experiencia en la vida. Luego hice giras. Trabajé con Escalandrum. No dejé de viajar, pero no me quedé haciendo temporada.

-¿Se extraña eso?

-No. A veces tengo la fantasía sobre qué pasaría si volviera. Pero ya no soy yo sola. Cuando uno tiene hijos el ojo deja de estar en uno y el ego se te corre. Somos cuatro. No es que hago lo que quiero. Pero lo que elijo lo hago con placer. Siento que cuando decidí tener hijos, ya había cumplido todos los deseos de mi carrera. En el sentido del reconocimiento. Trabajé en la comedia musical del Londres y de Broadway, gané premios. Canté en otros escenarios. Podría seguir. Pero quise saber cómo era cuidar a estas personitas y ver qué ejemplo les daría. Uno de esos fue no quedarme quieta en mi casa. Una vez un periodista me dijo: ¿Justo ahora te vas a embarazar? Fue después de hacer Evita en Broadway. Pero uno tiene que cumplir sus sueños, no los de los otros. Y me siento feliz como se fue desarrollando todo.

-¿Qué más hay en desarrollo?

-Ahora Mina… El 6 de diciembre voy a estar haciendo Piazzolla con Escalandrum en el Teatro Coliseo. Y hay cosas dando vueltas, una serie, una película, todo por definirse.

-¿La ecuación ideal es esa: escenario y pantalla?

-Sí, es lindo cambiar de rubro.

-¿Da miedo de que te encasillen?

-Quedarse en un personaje tiene su riesgo. Por eso las temporadas terminan. Necesito descansar de los personajes. No me agota. Pero el escenario diario, con seis o siete funciones a la semana, si la temporada es larga termina siendo una situación de oficina que no elijo. De eso me tengo que cuidar. Esta profesión va de un lado para el otro. De todos modos, en la última temporada de Piaf, que fue de unos dos años, me organicé un montón. Y salió la súper mama. Ahora hago ciento cincuenta mil cosas y después voy a hacer funciones. Es otra aventura, otra experiencia, lo que me toca en este momento.

Para agendar

Mina… Che cosa sei?!?. Sala: Lola Membrives (Av. Corrientes 1280). Funciones: a partir del 2 de noviembre, de viernes a domingos.

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